miércoles, 11 de septiembre de 2013

Septiembre 11, 2001

Septiembre 11, 2001.



Llegué al filo de la madrugada a México terminé de desempacar y me acosté.



No supe más hasta las 7:30 u 8:00 am cuando mi padre me despertó para decirme que algo estaba ocurriendo en Nueva York, y que una de las Torres estaba en llamas. Pensamos de inmediato que helicóptero o avioneta – como ocurrió alguna vez con el Empire State – se había estrellado y seguramente sería cuestión de horas para que se controlara el siniestro. No, no era algo así.



De repente observamos la explosión en la otra Torre, y supusimos entonces que eran bombas.



Fue cuando el accidente dejó de ser hipótesis y asumimos que la ciudad enfrentaba ataques terroristas.



Oh Dios!, la televisión comenzó a mostrar otras perspectivas de lo ocurrido y fue cuando finalmente observamos los aviones estrellarse contra las Torres. La tragedia había comenzado.



Para mí que había estado tomando fotos 24 horas antes en ese lugar fue un momento de sentimientos encontrados. El primero desde luego fue de agradecimiento con la vida por no haber estado ahí; pero al mismo tiempo comencé a pensar en las personas que laboraban en el observatorio, en las taquillas, en la seguridad (irónicamente un oficial no me dejó finalizar mi sesión de fotos con el tripié, aludiendo que era una posible arma de ataque, uff). Pensé en la señora que me vendió postales y el dije que le regalé a mi madre con las torres impresas, o en las jovencitas que nos daban amablemente el paso hacia los dos elevadores que conducían al piso 110.



Al caer la primera Torre el impacto fue mayúsculo. Como era posible que esa mole cayera de tal forma, brutal, hecha añicos. Alcancé a ver la Antena que se encontraba en una de ellas desaparecer entre el humo. Catástrofe.



Me senté y me quedé viendo las escenas. En mi mente desfilaba cada detalle que rodeó mi sesión de fotos del día anterior. Desde la salida del Metro, las tiendas subterráneas de la Línea 1, la estructura de metal que se encontraba en la explanada central. Y desde luego la gente, todas las personas que laboraban en las Torres y en los edificios que conformaban el complejo WTC. Nunca olvido al señor que me atendió en la librería de la torre 3.



Días después revelé las fotos. Miré detenidamente cada una de ellas con una triste satisfacción. Compré el álbum y comencé a colocarlas lentamente. Fue como una segunda despedida, la definitiva.



Desde ese día cada fotografía que imprimo la consideró única e irrepetible, como cada viaje y cada persona que se cruza en mi vida.



Ac.










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